Ana

Porras

¿Quién soy?

Esa pregunta me la he hecho cientos de veces.

Cada vez que he buscado dentro, que me he reinventado, cuando me he caído y cuando he vuelto a resurgir, siendo la misma, pero siendo otra. Caben muchas versiones de mí en estos cuarenta y cinco años de vida. Por imprudente o por valiente he arriesgado en muchas ocasiones y como consecuencia tengo en mi historial algunos aciertos y una lista de errores casi igual de larga que la de los aprendizajes.

Siempre he escrito, lo complicado era dar el salto y publicar. Desistí antes de intentarlo contándome excusas, esperando al momento perfecto, que se alinearan los astros y se diesen las circunstancias idóneas. Lo dejaba para un futuro que no sabemos si llegará.

Tuvo que llegar la pandemia y experimentar cómo se tambaleaba el proyecto empresarial por el que había luchado, para ser consciente de que tenía ante mí una gran oportunidad. No buscar otro trabajo enseguida y permitirme un tiempo para escribir suponía renunciar a cosas materiales, aislarme en cierta medida, pero esta vez no me iba a quedar con las ganas. Había llegado el momento de enfrentarme a un documento en blanco y a mi miedo de compartir contigo el resultado, de publicar libros. Hay cosas sin las que puedes vivir, un sueño pendiente pesa demasiado.

Cuando comienzo una nueva historia, cuando avanzo en las escenas, en los capítulos, imagino que llegará un día en el que ya no me pertenezca: cuando el libro esté en tus manos, cuando lo leas en el tren, en el autobús, en el sofá o en la cama, será tuya.

Me aporta plenitud que me acompañes en esta aventura, porque la creatividad y los libros son exhibicionistas. No tienen sentido si se guardan en un cajón o en una carpeta del ordenador. De que hagamos el camino de la mano dependerá que siga creando para el mundo, para quien me quiera leer. De corazón, gracias.

Estudié Comunicación Audiovisual a finales del siglo pasado. Lo hice por huir de mi verdadera vocación. Era el camino «seguro», el que me permitía tener un título para encontrar un empleo y contar con un sueldo a fin de mes. Miedo, otra vez. Con veintipocos años escribí mis dos primeras novelas. Duermen desde entonces en el trastero de mis padres. A lo mejor un día me atrevo y las desempolvo, aunque sea para encontrarme con esa otra versión de mí.

Mi primer trabajo como periodista —aunque coqueteé con la fantasía de convertirme en una estrella de la televisión mexicana— lo desarrollé en la tele local de Fuengirola. Dieciséis años allí fueron suficientes para tener a la imaginación metida en formol. En 2016 creé una revista digital. (Y sí, tuve que aguantar que me acusaran de loca por dejar un sueldo fijo y cosas similares. Ni un solo día me he arrepentido de tomar esa decisión). Un proyecto del que me enamoré hasta la médula y del que terminé agotada. Seguro que alguna vez te ha pasado a ti también. Te enamoras de alguien, no sabrías vivir sin esa persona, y cuando la relación se termina te preguntas como pudisteis estar tanto tiempo juntos. Pues ahí, cuando dudaba si lo echaba o me iba, justo en ese momento, llegó la pandemia y con ella una nueva búsqueda. Por fin presté atención a esa voz interior que me repetía: «Déjalo todo. Escribe». Sin los astros alineados, pero después de una tormenta perfecta, di el paso.

Ahora, cuando miro atrás, a diferentes etapas, a experiencias divertidas y dolorosas, a todas esas conversaciones mientras entrevistaba a alguien con un café, a capítulos que he vivido y que superan a la ficción, sé que me estaba documentando para mis libros. No hay mayor fuente de inspiración que la propia vida, las heridas y las sonrisas, la luz y la oscuridad del alma humana, que los relatos que surgen de vivir intensamente. Las emociones son comunes para todos. Nos hace diferentes el cómo las gestionamos. Eso, unido a una creatividad liberada conforman los cimientos de mi obra.

No sé cómo acabará esta aventura que no tiene un final escrito, pero pasé lo que pasé, formará parte del camino.

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